Los militantes llenan las calles, interrumpen el tráfico, se juntan abajo del sol que quema con 35° de temperatura. ¿Cuál es el propósito?

Para definir si un gobierno es bueno o es malo, usualmente necesitaríamos hablar largo y tendido, analizando los números más fiables posibles y el resultado de lo que está haciendo con sus políticas. Nos preguntaríamos si la situación internacional lo favorece o no, si el gobierno anterior le dejó una deuda desastrosa y cuánto puede hacer en el caso en el que estamos.

Una marcha rompe con todo eso. Cuando una persona enciende el televisor, todo lo que ve es una multitud con carteles de protesta, gritando enfurecida. Es lo contrario a una conversación entre ciudadanos bien informados. La marcha brutaliza el lado emocional de las personas, infundiendo el sentido de que algo está profundamente mal con el gobierno, la sensación de que su presidencia se tambalea bajo un pueblo descontento. Y esto lo transmite sin ninguna argumentación, con el simple abuso numérico en las calles.

Claro, hoy todo el mundo sabe que a esos militantes se les paga. No sería igual cuando el kirchnerismo comenzó y muchos estaban desprevenidos. ¿Por qué siguieron con las marchas aún hoy? Porque las marchas también son una cuestión de ego, de prepotencia, de no respetar la voluntad del resto del país. Por regla, los opositores deberían respetar las elecciones y aceptar las decisiones del gobierno. Está bien, no estamos en una dictadura como para que no puedan opinar mal del gobierno aunque, en un mundo cpn las redes sociales, donde uno puede hacer saber su opinión fácilmente, ¿cuál sería la necesidad de ir a las calles a levantar pancartas? Nuevamente, porque hablar en internet se presta más a una conversación pero no brutaliza las emociones de otros. La marcha da un sentido de urgencia, de que el gobierno se va a caer. Esto está reforzado en Argentina por la renuncia de Fernando De La Rúa, el ex presidente del partido radical, y por las constantes amenazas de algunos líderes opositores de que se va a ir en helicóptero o que lo van a colgar. En apariencia, no es que lo quieran colgar o echar del gobierno, lo que quieren es transmitir que el gobierno es débil, que se tambalea sobre unos grupos sociales que pueden echarlo a patadas cuando ellos quieran. Y esto no es bueno para generar confianza en los inversores y respeto en los que apoyan al gobierno. La gente puede tener miedo a ver sus negocios vandalizados o pueden pensar que el presidente es demasiado blando con esos revoltosos.

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